Tiempo de guerra

 

La guerra no solo supone un acto de violencia injustificable, en el que mueren muchos combatientes y los países quedan devastados, sino que también afecta de forma terrible a la población civil. La carencia de suministros que causa tanto la destrucción de las fuentes de producción como el cerco a las poblaciones provoca falta de asistencia médica e higiénica, frío y hambre. El hambre, el frío y las epidemias son  frecuentemente las consecuencias más generalizadas de las guerras.

 

El miedo – a la muerte, a los bombardeos, a las violaciones, a las deportaciones y purgas…- es constante tristemente inevitable en las guerras. La población más afectada por todas estas lacras tremendas es la más vulnerable: los ancianos y los niños y jóvenes.

 

Otra de las tristes realidades de muchas guerras es el reclutamiento indiscriminado de jóvenes – casi niños-  para combatir: los niños soldados abundan en muchos países, sobre todo africanos; su participación en la violencia de los combates repercutirá para siempre en sus vidas, dejando indelebles huellas en su vida y en su personalidad.

 

Cuando la guerra acaba, no se termina el horror que representa: las minas antipersona quedan en el terreno por mucho tiempo, así como la devastación, la pobreza y las consecuencias psicológicas del conflicto, que durarán para siempre.